¿Cuántas personas no hemos “tropezado con la misma piedra” varias veces? Siempre elegimos a una pareja con las mismas características; en los trabajos, tarde o temprano, siempre tenemos los mismos problemas con nuestro jefe; con los amigos siempre acabamos por alejarnos por las mismas razones; y de la familia ni se diga, siempre son las mismas discusiones.
Al analizar con cuidado nuestra vida, encontramos características que se repiten, desde relaciones personales, hasta eventos o situaciones (fechas, números, sueños, ideas) que insisten e insisten e insisten. No solo se repiten, sino que lo hacen aún en contra de nuestra voluntad: hacemos todo en nuestro poder para cambiarlo y, llegado el momento, ¡vuelve a pasar lo mismo!
¿Situación igual? Afuera/adentro
Aquello que se repite, casi como una maldición, tiende a causarnos malestar. En muchas ocasiones no es por la situación en sí (que no siempre es algo malo), sino por sentirnos a merced de algo más allá de nuestro control. Lo que se repite afecta nuestra vida y parece imparable, sucede de manera automática.
Si hacemos un análisis frío de los hechos objetivos y externos, podremos llegar a la conclusión de que es muy poco probable (si no es que imposible) toparnos con una situación igual a una anterior, siempre existirán cambios, por insignificantes que sean. Aunque lógicamente podemos entender esto, ¿por qué entonces existe una sensación tan punzante de que algo está ocurriendo de forma idéntica a otra?
La construcción “¡esto ya me había pasado antes!” no se forma porque exista una relación externa idéntica, sino por una enlace interno. Podemos imaginarlo como un guion, o libreto, de una obra de teatro: existen algunos puntos de coincidencia con un libreto anterior y, sin estar al tanto de ello, se crea un enlace en nuestra mente. El enlace provoca que nuestros actos se adecuen al “libreto” anterior y, por ello, nos conducimos de la misma manera y tenemos la sensación de estar atrapados en lo mismo, sin poder modificarlo.
¿Cuál es el funcionamiento psíquico detrás de la repetición? Para explicarlo, abordaremos de manera simple el principio del placer y la llamada pulsión de muerte.
Principio del placer
Sigmund Freud determinó que la psique se rige por dos principios: el principio del placer y el principio de realidad.
El objetivo del principio del placer es buscar el menor displacer posible. ¿Qué entendemos por esto? De manera sencilla, podemos decir que para el aparato psíquico es placentero todo aquello que tiende al equilibrio emocional, y será displacentero todo aquello que rompa este balance. Siguiendo el principio del placer, la psique evitará cualquier tensión que pueda ocasionar quebrar esta armonía, como son las sensaciones fuertes o “ruidosas”.
Imaginemos un niño de cuatro años en la víspera de su cumpleaños: siente emoción por los regalos, la fiesta, sus amigos y el permiso de comer dulces. Podríamos suponer que se trata de una experiencia grata, que es algo placentero; sin embargo, a nivel psíquico no necesariamente funciona así. Nuestro niño imaginario está hasta el tope de emociones, está sobrecargado y por ello dista mucho del equilibrio. Supongamos que la emoción sube a tal nivel que se convierte en angustia, se vuelve displacentero. Para protegerse de esa situación, este niño, al crecer, detestará celebrar su cumpleaños sin saber por qué.
Lo vivido como placer en el aparato psíquico no tiene relación con que una experiencia sea buena o mala, ni que culturalmente se considere como agradable o positiva, sino que se refiere al nivel de excitación emocional que la experiencia, o situación, genera dentro del aparato psíquico. De acuerdo al principio del placer, se vive como satisfacción la liberación de la tensión y el regreso al balance; así pues, se buscará está liberación lo más pronto posible.
El principio de realidad, como su nombre lo indica, regula la satisfacción adecuándola a las demandas sociales y culturales, la limita y enmarca en la realidad. Este principio surge como consecuencia de la interacción con el mundo exterior, cuando se incorporan elementos de afuera al aparato psíquico y se toman como “leyes” para ajustar el principio del placer.
Pensemos en el displacer que genera el hambre; se trata de una sensación corporal muy “ruidosa”, que genera malestar emocional también, y rompe el equilibrio del aparato psíquico. Imaginemos que estamos en una fila para comprar comida: según el principio del placer, que busca eliminar la tensión lo antes posible, entraríamos hasta la cocina sin pagar, sin tomar en cuenta la fila y sin seguir las políticas del establecimiento. ¿Por qué no pasa eso siempre? Porque el principio de realidad somete la urgencia de comer a las reglas de la sociedad, y a la situación del entorno externo.
Ambos principios funcionan de manera conjunta para evitar que “suba el volumen” en la psique y se genere displacer. Hay una tendencia al equilibrio emocional para evitar la sobrecarga que resulta en incomodidad, angustia y malestar.
Más allá del principio del placer
Si la psique se guiara solo bajo la lógica del principio del placer, quizás nuestra vida sería mucho más sencilla y los psicoanálisis durarían menos tiempo; sin embargo, existen otros procesos que contradicen al principio del placer. En 1920 Freud publica Más allá del principio del placer donde estudia la tendencia que existe a repetir actos y situaciones que causan malestar.
En este escrito, Freud analiza lo traumático: algo sorpresivo e inasimilable que crea tensión en el aparato psíquico. Lo traumático es un evento o una situación que no podemos “digerir” y, por ello, no se logra una descarga total de la tensión generada en el aparato psíquico; como se mantiene la alteración emocional y la tensión generada no se libera, entonces se conserva una situación de displacer.
Pensemos en aquellos eventos que coloquialmente consideramos traumáticos o fuertes. El escenario más fácil para ejemplificar es una guerra: se trata una situación de violencia, peligro, amenaza y pérdida constante. Imaginemos que pasamos un día en el campo de batalla, estamos asediados por bombas, vemos morir a nuestros compañeros y amigos, y estamos en la incertidumbre total. Al día siguiente, tenemos que relatar nuestra experiencia, ¿será que podremos contar todo lo que sentimos y vivimos; o será algo que “no se puede describir o explicar”?
Una característica de algo traumático es que “nos deja sin palabras”, es tan fuerte que no podemos siquiera apalabrarlo. El hablar es una manera de descargar la tensión acumulada en la psique (la catarsis de Estudios sobre la histeria), además de tener otras funciones de resignificación. Si hay eventos o situaciones de las que no se puede hablar, ¿cómo se puede descargar la tensión o reacomodar lo sucedido? La respuesta es sencilla: la tensión no se libera, se queda dentro del aparato psíquico y genera displacer.
Repetición
La tensión que no se liberó del aparato psíquico lleva a la repetición: repetimos porque existe algo que no se pudo digerir, de lo que no podemos hablar, y por ello insiste, e insiste, e insiste. Aquí es donde se encuentra la contradicción con el principio del placer: se repite aquello que generó displacer en lugar de evitarlo.
¿Por qué se repite una experiencia displacentera? Para explicarlo tendríamos que adentrarnos en la teoría psicoanalítica, que no es el propósito de este artículo. Lo que sí diremos es que la repetición es parte del funcionamiento psíquico y no es posible eliminarla por completo porque ninguna experiencia o situación en nuestra vida se dirigiere al cien por ciento, siempre queda un resto que, Lacan llama lo Real; los sueños, por ejemplo, son una forma de repetición que jamás se elimina: siempre soñaremos.
Entonces, ¿estamos condenados al malestar de la misma situación? No. Así como si bien siempre soñaremos, el contenido del sueño puede cambiar, de igual manera siempre habrá un resto, algo que se repite, pero puede resignificarse.
Una forma de repetición fundamental en un psicoanálisis es la transferencia: aquello reprimido se repite al transferir ciertos afectos (o significantes) al analista. El trabajo en análisis no solo es con lo que se habla, sino con el trabajo realizado con la transferencia, lo cual permite lograr reacomodos importantes y resignificar aquellos elementos que causan un malestar más intenso para disminuir la tensión.
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