Las personas, cotidianamente, asumen su vida desde perspectivas y formas que les han sido inculcadas desde pequeñas. Así por ejemplo, lo normal es que el chico aprenda de sus padres desde los hábitos más elementales de aseo hasta los valores fundamentales que ha de respetar, que rigen su vida.
A partir de estas enseñanzas, la vida se enmarca en rutinas, deberes y derechos, así como creencias y perspectivas que dan sentido a lo cotidiano, sin embargo, en la mayoría de los casos, ser fiel a lo cotidiano y seguir el marco establecido, no lleva al éxito y felicidad esperada.
La vida no resulta ser lineal, no sigue la ley de causa-efecto que se visualizó en la infancia, adolescencia o juventud. ¿Por qué? ¿es que algo hice mal? ¿cuál fue el momento en que me desvié del camino correcto? ¿es que yo fallé? ¿es que Aquél que era mi guía, protección, inspiración falló? ¿qué o Quién es responsable y cómo reclamarle?
En la insistente y hasta desesperada búsqueda de respuestas a estas preguntas surgen muchas opciones: fe religiosa, explicaciones científicas, respuestas esotéricas, magia… y hasta la posición “pasiva” de resignación ante la imposición de un destino frente al cual no hay nada que pueda hacerse.
Horizonte de sentido
El psicoanálisis nos enseña que la vida cotidiana del sujeto transcurre dentro de su propio horizonte de sentido. Es decir, ese “marco” en el que se encuadra la vida, no es algo externo, prefabricado, a lo que nos sumamos, como si la vida fuese una especie de línea de producción en marcha.
Si bien es cierto que existe un marco cultural, social y familiar, cada sujeto vive las experiencias de manera individual, única. El “marco” que encuadra la vida de cada quien, que da sentido a lo cotidiano, es resultado de un proceso individual, que es construido a partir de dos elementos:
Por una parte, incide la propia forma de ver, entender y aprehender la realidad en la que se vive. Pongamos un ejemplo sencillo, tomando en cuenta solamente un factor. Comparemos las experiencias en los hábitos de sueño de un bebé que nace en el seno de una familia con diez integrantes de diversas edades, frente a los de otro cuya familia es pequeña y en donde él es el único infante. Probablemente en el primer caso, el chico no tendrá problemas para conciliar el sueño en un ambiente ruidoso e iluminado, mientras que en el segundo caso, requerirá silencio y atención.
El segundo elemento tiene que ver con la respuesta que cada individuo tiene frente a la vivencia de la experiencia, es decir, una vez que lo vive, qué hace, o qué no hace al respecto. Así es importante considerar tanto la propia respuesta frente a la circunstancia en cuestión, como las consecuencias de esta misma acción o inacción, dado que dependiendo de lo que ocurra, la persona modificará o no la forma de abordar la situación. La forma de enfrentar las situaciones así como las consecuencias vividas, al paso del tiempo, se incorporan en ese particular horizonte de sentido.
Volviendo al ejemplo anterior, supongamos que en la familia del chico nacido en un ambiente adulto nacen unos gemelos y el pequeño pierde el espacio de silencio del que disfrutaba a la hora de dormir. ¿Qué hace el chico frente a ello?
El chico elegirá la opción con base en la manera en cómo “interprete” el bullicio de los hermanos. Podría vivirlo, por ejemplo, desde la postura de rivalidad fraterna, como una intrusión de los hermanos que no sólo le restan la atención de sus padres, de la que antes disfrutaba sólo para sí, sino que ahora tampoco le dejan dormir. Desde aquí, podría intentar ganar el favor de la madre, pidiéndole hacer callar a los hermanos al tiempo que recupera su atención. Podría también alejarse y buscar un sitio propio que no tenga que compartir con los hermanos. Podría buscar una manera de hacer callar a sus hermanos, quizá peleando con ellos.
Si el chico, partiera de una postura distinta, digamos de hermano mayor al cuidado de los bebés, quizá la respuesta sería ayudar a sus padre a arrullar a sus hermanos, alimentarlos, etc. obteniendo satisfacción del agrado de sus padres por su acción y reafirmando una posición propia en la familia.
Ahora bien, con base en la elección de alguna de estas opciones ¿cuál es el resultado que el chico obtiene? Si pide a su madre hacer callar a sus hermanos o busca él callarlos, podría obtener la “obediencia” de su madre frente a su demanda, pero también podría resultar en una petición de comprensión por parte de ella o hasta un regaño por su intolerancia y agresión. Si ayuda amorosamente a cuidar a los hermanos podría obtener la satisfacción deseada o bien frustración por no lograrlo y hasta la petición o reprimenda de sus padres en torno a no intentar atender el a los gemelos. Si opta por alejarse, podría lograr que sus padres lo buscaran y atendieran haciéndole sentirse amado, no obtener respuesta ninguna de sus padres o aprender a alejarse de lo desagradable en vez de enfrentarlo.
La respuesta, activa o pasiva, recurriendo a la autoridad, a la negociación, a la agresión o a la adaptación, es una elección individual y marca la manera de enfrentar los diversos conflictos y retos que se presentan a lo largo de la vida de la persona.
Resumiendo, el horizonte de sentido, el marco que encuadra la vida de cada sujeto es individual, está compuesto por la percepción e interpretación de la realidad y la suma de las experiencias de cada individuo con respecto a la forma de abordarla y las consecuencias de hacerlo. Las experiencias se suman a la percepción e interpretación de la realidad y el marco se va enriqueciendo y consolidando.
¿El destino nos alcanza?
La vida cotidiana transcurre enmarcada en el horizonte de sentido personal cerrado, manteniendo al sujeto “a salvo”; sin embargo, al universalizar la propia interpretación, es decir, al aplicar una determinada perspectiva a todo, el sujeto se distancia de la realidad y se autorrestringe, no solamente con respecto a perspectivas y visiones de otros, sino con respecto a si mismo, a las propias.
El proceso que detona una cierta postura y tendencia de respuesta, -decíamos es fruto de la experiencia y la elección- se construye a lo largo de la vida y permanece inconsciente. Existe en todo sujeto un elemento Uno que universaliza, enmarca y remarca una parte del contenido de la realidad y que se constituye en determinante de su ver, sentir y actuar.
Este horizonte de sentido no es totalmente consciente. Sabemos que así pensamos o así decidimos actuar, sin embargo no estamos conscientes de cómo se desarrolló esta forma de percibir la realidad, o a veces, ni siquiera estamos claros de que se trata de una postura y no de una verdad absoluta. De la misma manera, el elemento universalizador de sentido que enmarca nuestra forma de vivir, permanece inconsciente, ignorado.
Es precisamente el hecho de que estos procesos son inconscientes lo que nos hacen sentir que algunas experiencias aparecen repentinamente en nuestra vida, sin explicación alguna. Sentimos esto porque, efectivamente, el marco que encuadra nuestro cotidiano no cuenta con elementos para darle una explicación coherente y dentro del mismo marco; sin embargo la situación como tal es producto de la propia acción y sí es parte significativa de la propia experiencia.
Cuando nos encontramos en una situación en donde hallamos aquello largamente perdido, o con lo que alguien más deseó para nosotros, o con lo que nunca imaginamos que nos ocurriera, se detonan elementos que forman parte del fundamento de nuestro horizonte de sentido o marco de vida y que permanecen como puntos ciegos para nosotros mismos.
El destino, nos alcanza, no porque seamos el destinatarios de tal o cual situación, sino porque nos convertimos en su destinatario en el momento en que nos reconocemos en él.
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