Cuando hablamos de desarrollo infantil normalmente lo asociamos con aspectos propios del crecimiento vinculados con lo orgánico. El desarrollo psíquico, por su parte, si bien está íntimamente vinculado con el organismo, tiene una dinámica propia. Más aún, el ámbito psíquico es lo que marca la diferencia primordial entre el desarrollo de un niño y el desarrollo de un animal. ¿Por qué?
El lenguaje
El bebé humano recién nacido tiene importantes limitaciones orgánicas. a diferencia de los animales recién nacidos, no cuenta con los medios o el instinto que le permitiría valerse por sí mismo, su fragilidad biológica hace necesario que alguien más se haga cargo de cuidarle.
El bebé escucha cómo sus padres -o la persona encargada de su cuidado- le habla, se comunica con él, explica lo que él siente y ofrece una respuesta. La madre dice por ejemplo: “tienes hambre” y procede a alimentarle, “tienes sueño” y le arrulla, “te sientes incómodo” y le asea, le mueve, le cambia. La madre está nombrando la necesidad del bebé y está proveyendo un satisfactor que alivia esa necesidad.
La madre así introduce al bebé a la vida, al mundo, a sí mismo, y lo hace al tiempo que le habla, a través del lenguaje. Los padres también otorgan al bebé un nombre que le identifica. Su nombre constituye la base de su identidad.
El bebé por su parte emite balbuceos, que toma de lo que escucha, poco a poco los balbuceos se tornan en palabras y en mensajes que le permiten obtener una respuesta a lo que necesita o quiere, por medio del lenguaje, obtiene satisfacción.
El lenguaje, no es del bebé, sino que le es transmitido por alguien más, sus padres o quien le cuida. Esto significa que para entenderse a sí mismo, el sujeto necesita relacionarse con otro que le revela quién es él, que lo introduce al mundo simbólico y es a partir de ese proceso que el niño se identifica a sí mismo, se relaciona consigo mismo, e inicia la integración de su ser, de su yo.
El niño se ve confrontado a una nueva realidad, la del lenguaje, que proviene del exterior, pero que se va incorporando a su ser. La entrada en lo simbólico supone todo un trabajo mediante el cual un ser que en principio es una realidad orgánica, va a ir siendo simbolizado.
El desarrollo afectivo
La introducción al ámbito de lo simbólico por medio del lenguaje ese el punto de partida para el desarrollo afectivo. El desarrollo ocurre de manera unitaria, esto es, lo biológico íntimamente ligado con lo psíquico. En esta sección buscaremos explicar cómo ocurre el desarrollo afectivo, para ello, necesitamos establecer algunos puntos de partida que nos permitan apoyar los argumentos.
En primer lugar es importante percatarnos que nuestra forma de comunicación con el mundo, a partir de nuestro organismo, son los sentidos: tacto, visión, audición, olfato y gusto. A través de los sentidos logramos descubrir lo externo, evaluarlo, incorporarlo o desecharlo. Los sentidos son la vía orgánica privilegiada de comunicación con lo externo, sea para recibir del mundo como para darle al mundo.
En segundo lugar recordar que, como explicábamos en la sección anterior, si bien el animal se relaciona con el mundo a través de su instinto, el niño requiere de otro, de un mediador y del lenguaje.
Señalemos también que tenemos una serie de necesidades fisiológicas que debemos satisfacer si queremos permanecer con vida; sin embargo, dado somos interpretados y reinterpretados por otro, a través del lenguaje, las necesidades fisiológicas adquieren un matiz adicional. Ya no se trata sólo de satisfacer el hambre, por ejemplo, sino de ser alimentados por alguien que nos abrace, nos acepte, se preocupe por nosotros. Las necesidades de las personas son complejas porque, aunque tienen una base corporal, incluyen un componente afectivo.
Finalmente es necesario enfatizar, que las etapas de desarrollo psicosexual, no constituyen periodos estáticos por los que se atraviesa, como si fuesen estaciones del Metro. Lejos de eso cada etapa está íntimamente vinculada a la anterior, y sus componentes permanecen en el sujeto y van sumándose, enriqueciéndose y resignificándose a lo largo de la vida.
Etapa Oral
En los primeros momentos de la vida, la alimentación constituye la forma central de vinculación con el mundo, por tanto, la zona corporal más importante será la boca. En consonancia con el componente afectivo que acabamos de mencionar, la piel constituirá, junto a la boca, un órgano privilegiado de vinculación con el mundo.
El bebé satisface su apetito al ser alimentado por otra parte, a través de su piel percibe los cuidados y el amor de su madre. El abrazo y el alimento son placenteros.
Al concluir la alimentación, la madre se aleja. Cuando el bebé observa que la madre se aleja, es cuando comienza a percatarse de la diferencia entre ella y él, se percata de que ambos son personas diferentes. Este percatarse de la diferencia entre ambos, permite al bebé iniciar la comunicación con ella, el bebé llora o balbucea, y la madre regresa. El mensaje fue recibido y comprendido.
El bebé comienza una comunicación con la madre, y se incorpora un nuevo elemento, la voz. La voz es algo que emana de mí, me pertenece, pero a la vez deja de ser mía cuando es emitida y es captada por alguien más, digamos que es algo mío que es “desprendible” y “entregable”. Con este “desprendible” que es la voz, se obsequia algo placentero, se exige o bien se agrede al “otro” materno.
A la vez, mi voz, al ser una parte propia que entrego al otro, tiene un destino específico: puede ser recibida, ignorada o rechazada. La respuesta de la otra persona, constituye una retroalimentación para mi persona, es decir, la respuesta es más que sólo un mensaje simple, la respuesta del otro es percibida como una forma de amor o desamor.
Así, al paso del tiempo, cuando somos escuchados y comprendidos nos sentimos apreciados y amados, y cuando ocurre lo contrario nos sentimos rechazados o incluso agredidos.
Etapa Anal
Conforme el niño va creciendo empieza a dominar mejor su cuerpo. Inicia la locomoción que le permite alejarse o acercarse a voluntad de la madre y no solamente esperar pasivamente a que ella lo haga. El niño va incrementando su comprensión del lenguaje y su posibilidad de expresarse por medio de palabras. Aparece también un elemento adicional: el control de esfínteres. El niño adquiere una forma de control sobre su cuerpo, así, los esfínteres se convierten en la parte del cuerpo más importante en esta etapa.
En esta etapa el niño deja de depender completamente de su madre: la locomoción –sea gateando o andando- le permite moverse a placer, ir a distintos sitios; el recién adquirido control de esfínteres le otorga la posibilidad de decidir sobre sus funciones excretoras –cuándo y dónde orinar y defecar-; también desde lo simbólico el pequeño comienza a hablar, ocurre la llamada “explosión del lenguaje”, el niño aprende a nombrar lo que desea y más aún, aprende que puede decir “si” o “no”, es decir, se percata de que tiene opciones de decisión y que puede expresarlas. Observa cómo su madre se complace con el sí y se disgusta con el no.
Se trata de un período de afirmación de su decisión de aceptación o rechazo del otro materno y de la realidad. El control de esfínteres es fundamental no solamente porque es una opción de control sobre su propio cuerpo sino también le proporciona un medio de control sobre su madre que antes no poseía. El pequeño puede aceptar o no responder a la demanda de su madre, particularmente durante el entrenamiento higiénico.
Así como la voz en la etapa anterior se convirtió en una parte propia “desprendible” y “entregable” que sirve para agradar o agredir, en esta etapa, el excremento, adquiere ese valor. Se obsequia a la madre cuando ella lo demanda en el entrenamiento higiénico, o se le niega. Igualmente, se convierte en una forma de agresión cuando el pequeño elige excretar en momentos o lugares inoportunos, con plena conciencia de que ello mortificará a la madre.
El excremento es una producción del cuerpo, una parte propia que es requerida por el otro durante el entrenamiento higiénico, pero que sólo es aceptada si se entrega bajo ciertas condiciones es decir, cuando el pequeño es invitado a ir al baño. Si el niño opta por obrar u orinar en un sitio distinto es reprimido.
Así, durante este período el niño aprende nuevos límites y marcos de conducta que le permiten acceder a satisfactores, expresarse, obsequiar, ser aceptado y reconocido. Para ello es necesario adecuarse a normas concretas, de manera que se respete tanto a sí mismo como a las demás personas y a su entorno.
Etapa fálica: Complejo de Edipo / Complejo de Castración
Entre los descubrimientos de Freud con respecto a los niños, está la dimensión de la sexualidad infantil. Los seres humanos somos seres sexuados, y la sexualidad es parte de la persona durante toda su vida, incluyendo la infancia.
Durante esta etapa de desarrollo, la sexualidad adquiere un rol central. En esta etapa también se vive lo que Freud denominó “el complejo de Edipo” o “el complejo de castración”, con cuya resolución: se construye una primera base de identidad sexual, se concreta la renuncia, la aceptación o el rechazo de los límites, así como la adopción de las normas y de la ley como elemento rector. Se trata de una etapa sumamente compleja, los procesos que se viven, así como la forma en cómo se viven y resuelven, definen la estructura psíquica del sujeto.
El niño continúa creciendo. Domina el lenguaje. Ahora sus iniciativas van más allá de la aceptación o rechazo a lo que les es propuesto, demanda explicaciones, pide argumentos que fundamenten el “no” de los padres y busca negociar con ellos, por ejemplo: un juguete o un permiso, a cambio de buenas calificaciones, o buen comportamiento.
Durante esta etapa se incrementa el deseo de saber, la curiosidad por conocer. En esta etapa surgen cuestionamientos en torno a la sexualidad, al nacimiento de los niños, a la diferencia entre los sexos. La curiosidad por conocer su propio cuerpo y el de otros lleva a los pequeños a la exploración, conducta que los padres rechazan.
La visión adquiere un lugar privilegiado, el niño está ávido de ver cosas nuevas y ver le resulta placentero. La visión es, como la voz, es un “desprendible” y “entregable”, es decir, algo que es propio, pero a la vez se concreta en lo exterior, es mío pero se realiza afuera. Existe aquello que es permitido ver y aquello que está prohibido ver.
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