Pensemos en esta situación de un día cualquiera: estamos sentados cenando una deliciosa pizza. Después de dos rebanadas, ya hemos comido suficiente y nos sentimos satisfechos, además estamos tratando de bajar de peso y cuidar de nuestra salud, así que decidimos dejar el resto para otro día.
Estamos por guardar las otras rebanadas en el refrigerados cuando pareciera que una “voz” en nuestra mente nos dijera: “Anda, come otra rebana, te lo mereces. Has trabajado muy arduo toda la semana, ¿qué no te puedes dar un gusto? ¡No pasa nada por comer otra rebana!”.
Después de considerarlo algunos momentos, discurrimos que nuestro razonamiento es correcto, ¿por qué no podemos seguir disfrutando de nuestra cena? Clara que sí. Tomamos otra rebana de pizza y, mal acabamos de comerla, cuando la misma “voz” empieza su reprimenda brutal “¡Eres un cerdo! ¡Por eso no puedes prosperar en la vida! ¿qué no tienes autocontrol? ¡Nunca vas a conseguir bajar de peso si sigues comiendo como marrano!”.
¿Suena familiar? Pareciera como si en casi cualquier situación al dar un paso hacia lo que supuesta queremos, existiera una “voz” en nuestra mente cuyo único propósito es devaluarnos, recriminarnos e insistir continuamente en nuestra inutilidad y en lo erróneo de nuestras decisiones. Esta “voz” corresponde a lo que Freud llamó superyó.
Superyó en la teoría
El superyó hace su aparición en la teoría freudiana junto al yo y al ello como parte de la segunda tópica. Los tres son conceptos teóricos desarrollados por Freud para explicar el funcionamiento de la psique. Cabe aclarar que en ningún momento se pretendió, ni se pretende, darles una base biológica o situarlos como parte del funcionamiento orgánico del cerebro. Del mismo modo que la filosofía ha creado conceptos que no están anclados en hechos científicos medibles y comprobables, así el ello, yo y superyó son instancias artificiales teórico-simbólicas cuyo propósito es ayudar a explicar el funcionamiento de la psique, no del cerebro.
En un primer momento, Freud definió al superyó como la conciencia moral, como aquella parte de nuestra psique responsable de guiarnos a un comportamiento ético y alejado de la barbarie. Al acuñarlo inicialmente, pareciera como si Freud mismo hubiera sido presa de su superyó pues, finalmente, ¿qué no todos los reclamos superyóicos se realizan so pretexto de guiarnos por el camino correcto? En algunas corrientes psicológicas, el superyó sigue teniendo la función de conciencia moral.
Fue hasta más adelante que Freud dio un giro radical al concepto del superyó. Sin entrar más en la teoría, digamos simplemente que el superyó dejó de tener relación con la ética y el seguir las leyes y normas, y quedó como una instancia sádica y cruel, inclusive poco ética a momentos, cuyo único propósito pareciera ser atormentarnos constantemente y guiarnos a la autodestrucción.
El superyó se conforma por dos partes: el yo ideal y el ideal del yo. Explicado sencillamente, el yo ideal sería la versión perfecta y completa de nosotros mismos; por decirlo de otro modo, correspondería a nosotros mismos como si fuéramos un súper héroe o heroína. El ideal del yo, por otro lado, es la suma de las identificaciones y demandas de los padres y la sociedad; es decir, correspondería a convertirse en la persona ideal que tanto la sociedad como nuestros padres, o las personas que cuidaron de nosotros de niños, esperan que seamos.
Los reclamos superyóicos surgen al momento en que no estamos siendo o la versión perfecta de nosotros o la versión perfecta esperada de nosotros. El problema en ambos casos es que tanto el yo ideal como el ideal del yo corresponden a fantasías de perfección imposibles de alcanzar, imposibles siquiera de definir, que, además, implicarían eliminar todas aquellas características que nos diferencian. Ambos buscan “despojarnos” de lo “personal” para que quede únicamente lo “ideal”, como si fuéramos un objeto cuyo único propósito es ser perfectos en lugar de ser una persona y nosotros mismos.
Reclamos superyóicos en el día a día
Dado que resulta imposible despojarnos plenamente de nuestra condición como persona para convertirnos en un objeto cuyo único propósito es ser perfecto, diariamente nos enfrentamos a los reclamos tiránicos del superyó, tanto por actos propios como por aquellos fuera de nuestro control. A nuestro superyó poco le interesa la razón o la lógica, en la mayor parte de las veces incluso es inconsistente, contradictorio y poco ético.
De la observación en la clínica y de experiencias personales, hemos notado que el superyó usualmente tiene dos caras, igual que una moneda. Por un lado está la parte que parece tratar de convencernos y abogar a favor de tomar tal decisión o de emprender tal acción. Las razones para hacerlo usualmente se presentan como benévolas, provechosas, lógicas, convincentes o adecuadas, nada que diera la impresión de un acto superyóico tiránico.
Una persona, por ejemplo, está indecisa sobre seguir en su trabajo actual o tomar otra oferta. El puesto actual le ofrece los medios económicos suficientes, además está relacionado con sus intereses y le deja tiempo para su vida persona. El otro puesto tiene una remuneración económica mayor, pero también demanda más horas en la oficina y, además, es un área que no resulta tan apasionante.
Al meditar sobre cuál decisión tomar, concluye que el otro puesto es más prometedor, le permitirá llevar una vida más holgada, tener el reconocimiento deseado y lograr éxito profesional. Además, oportunidades como ésta no se presentan todos los días, poco importa si no es tan apasionante, sería tonto de su parte desperdiciarla, así que decide dejar su trabajo actual y empezar el nuevo.
Justo cuando decidimos seguir este “consejo” interior, aparece la segunda cara del superyó. Nos atormentamos con reclamos brutales y crueles precisamente por haber tomado esa decisión o haber seguido el camino aconsejado: o no era lo adecuado, o nosotros no lo hicimos bien, o estamos cometiendo un error, o cualquier otro pretexto, el objetivo es reprehender.
Siguiendo con el ejemplo anterior, la persona empieza el nuevo trabajo e inmediatamente entra la segunda cara: “Estás descuidando tu vida familiar: tienes problemas con tu pareja y tus hijos por estar todo el tiempo metido en el trabajo ¿no que tu vida personal era lo más valioso? Además, no tiene sentido alguno lo que haces, antes estabas cumpliendo tus metas y ahora te has desviado completamente de ellas ¿y todo por dinero? ¡Qué tontería! Y como no te gusta y no sabes hacerlo bien, en cualquier momento te van a despedir y te quedarás con las manos vacías: sin dinero, ni trabajo ni familia ¿es esto lo que querías?”.
La primera cara tiene como propósito, por decirlo así, tender una trampa para dar pie a la segunda. De tal forma, vemos que seguir los argumentos superyóicos, y basar nuestras decisiones en ellos, nunca nos llevará al bienestar ni a conseguir vivir nuestra de acuerdo a nosotros mismos. Ya hemos visto que justo su propósito es eliminar cualquier atisbo de subjetividad.
¿Por qué funciona así? Explicarlo requeriría de explorar conceptos teóricos más complejos e intrincados. Para propósitos de este artículo, dejemos simplemente en que los argumentos superyoícos nos mantienen atrapados en un estado de malestar, apatía y desazón constante; en situaciones que se antojan eternas y nos atan al –por decirlo metafóricamente– “pequeño sádico interior que llevamos dentro”.
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