Todos hemos vivido esa sensación escalofriante recorriéndonos el pecho, nublando nuestros pensamientos, entrecortando nuestra respiración y acelerándonos el pulso mientras sentimos que “el corazón se nos va al estómago”. Miedo: una sensación tan común como misteriosa.
El miedo es difícil de entender. Podemos sentir miedo en un terremoto: es completamente lógico y entendible, tememos por nuestra vida. Sin embargo, podemos sentir el mismo miedo al ver un insecto, al subir a un elevador, dentro de un lugar encerrado o incluso al escuchar una canción, ¿cómo puede vivirse lo mismo ante dos experiencias tan diferentes? ¿qué es realmente el miedo y de dónde viene?
¿Qué es el miedo?
Empecemos por lo más sencillo: el miedo es un sentimiento que nos alerta, es una señal de alarma. Cuando nos encontramos frente a una situación peligrosa, sentimos miedo. El miedo nos lleva a percatarnos de las amenazas y a actuar en consecuencia, sea defendiéndonos o huyendo.
¿Qué nos hace sentir miedo?
Desde lo biológico, los seres humanos somos particularmente vulnerables, no contamos con destrezas físicas sobresalientes como vista u oído agudos, fuerza o rapidez, garras o dientes fuertes, tampoco tenemos resistencia a fenómenos naturales.
Cuando nacemos, dependemos totalmente del cuidado de otra persona, tanto en lo físico como en lo emocional, ya que de otra forma no lograríamos sobrevivir.Con los años, la vulnerabilidad biológica se traduce a una vulnerabilidad psíquica. En nuestra niñez dependemos totalmente de la “burbuja protectora” que nuestros padres nos forman con sus cuidados y directrices. Nos sentimos seguros y protegidos al creer que ellos tienen control sobre todo lo que sucede y por tanto, en la medida en que cumplamos con sus deseos, nada malo puede ocurrirnos.
Al crecer, esta burbuja se rompe: nos damos cuenta de que nuestros padres no lo pueden todo, pero tampoco nosotros: somos vulnerables y eso nos da miedo. ¿Cuál es la solución? Buscamos crear redes de protección apoyándonos en nuestro trabajo, amigos cercanos, pareja, reglas sociales, etc.
El miedo, sin embargo, no desaparece al crear estos vínculos, pues entonces tememos perder todo aquello que construimos para resguardarnos. El miedo está asociado a la pérdida de aquello que nos protege del dolor y la vulnerabilidad.
Aunque en ocasiones el miedo proviene de una situación real e inminente de peligro, en la mayoría de las veces sentimos miedo sin que exista una amenaza exterior. ¿Por qué? En este caso, se trata de una amenaza interior inconsciente que conlleva a un miedo irracional cuya causa no podemos entender ni descifrar, y eso lo transforma en pánico o terror incontrolable.
¿Por qué nos da miedo cuando no existe algo en concreto que temer?
Cada persona tiene una manera individual y única de experimentar la vida y de percibir el mundo. Esta manera singular de vivir proviene por una parte de la propia carga genética y, principalmente, de las vivencias de cada persona: de lo aprendido, de las perspectivas de nuestros padres, de las expectativas sociales, de nuestros propios anhelos.
De igual forma, los miedos de cada uno de nosotros son individuales, dependen de la forma en cómo se entrelazan las experiencias, los momentos de dolor, o de malestar, con sentimientos y circunstancias que rodean cada una de esas experiencias.
En la historia de cada uno de nosotros existen momentos dolorosos muy difíciles de superar. Cuando ocurren, en un esfuerzo por salir adelante, nos enfocamos en el futuro intentando enterrar lo pasado y dejar atrás el dolor. Al paso del tiempo queda atrás lo vivido y aparentemente se ha superado, no obstante, el dolor y la vulnerabilidad permanecen, registrados en lo profundo de cada uno de nosotros como algo que se teme volver a vivir.
Sucede que algunos elementos presentes durante la experiencia dolorosa, quedan ligados al sufrimiento vivido. Estos elementos pueden ser cosas muy simples que pasan desapercibidas y, precisamente por ello, no las tomamos en cuenta, por ejemplo: un determinado lugar, el clima, el paisaje, el sabor de algún alimento, un aroma, un sonido.
Cuando uno o varios de los elementos ligados a una situación de sufrimiento aparecen en nuestra vida nuevamente, sin darnos cuenta, tememos que la presencia de este elemento sea una amenaza de que el dolor sufrido en ese entonces, regresará.
El miedo, aparentemente irracional, es una alarma que se activa en nuestro interior para alertarnos del peligro de sufrir otra vez: al sentir miedo nos alejamos de esa situación que se nos recuerda el momento doloroso y con ello pensamos estar a salvo de volver a sufrir.
Para aclarar lo anterior, digamos, por ejemplo, que alguien perdió a una persona cercana mientras estaban en una cata de vinos. Después de hacer todos los rituales funerarios, la persona tratará de salir adelante y olvidarse del dolor, dejar atrás esa situación. Meses, o incluso años después, vuelve a tomar una copa de vino y, inexplicadamente, se marea, no puede respirar y siente un malestar emocional y pánico que no logra comprehender.
¿Qué pasa con esta persona? El sabor del vino le remite al dolor de la pérdida no tramitado, guardado en lo profundo de su inconsciente. Dado que el dolor está guardado en lo inconsciente, por fuera lo único que siente la persona es el terror irracional ante una copa de vino.
Vemos entonces que los miedos más profundos están relacionados con vivencias personales, es por esto que, ante una misma situación, las personas reaccionamos de manera distinta: algunas se alegran, otras se entristecen, otras sienten miedo.
¿Se puede enfrentar el miedo?
La única manera de lidiar con el miedo es descubriendo su origen. Si el miedo es una señal de alarma ante una amenaza, necesitamos descubrir qué es lo que está detonando esta alarma interior, y cuál es el peligro del que nos está alertando.
Es necesario “poner nombre” a los propios “monstruos” y miedos, a fin de liberarnos de su acecho. No es suficiente tratar de “no hacerles caso”, pues ello no le quita el poderío que tiene sobre nosotros. El miedo está vinculado con un sentimiento dentro de nuestro inconsciente y, por lo tanto, no se afecta con el paso del tiempo y tampoco se va por nuestro simple deseo de que desaparezca.
La única salida a nuestros miedos es descubrir qué se esconde debajo y aceptar desde lo profundo. A través de un análisis, es posible identificar las vivencias originales que nos produjeron dolor y los elementos asociados a estas experiencias para poder dejarlos atrás.
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