¿Qué queremos decir cuando hablamos? ¿Qué quiere decirnos alguien más cuando se dirige a nosotros? Diversas disciplinas sociales mantienen la creencia de que la comunicación es una herramienta para lograr el pleno entendimiento entre las personas, se piensa que un diálogo sincero será capaz de limar ásperas con otros y proporcionar claridad para con uno mismo. Para el psicoanálisis, sin embargo, alcanzar una comprensión cabal del otro, así como de uno, son ideales imposibles de materializar.
La teoría psicoanalítica parte de que el lenguaje, lejos de ser una vía de armonización, es el culpable de todos los malos entendidos, equivocaciones y malas interpretaciones entre las personas. A diferencia del código de los animales, donde una señal siempre significa lo mismo para cualquier emisor y receptor, el lenguaje de las personas es ambiguo, confuso y obscuro.
Para empezar, las palabras tienen múltiples significados según lo que se esté diciendo y, aunque se pretenda contextualizar, al final cada quien entiende algo diferente, dependiendo de su historia y situación al momento. ¿Cuántas veces no hemos escuchado o dicho “Pensé que querías decir otra cosa”? Lo peor es que no solo se da esta situación en una relación con otra persona, sino con uno mismo, “Pensé que quería decir esto, pero en realidad era lo otro” o “Dije esto, pero no sé qué quiero o qué me pasa o por qué lo dije”. Un vistazo a nuestro día a día cotidiano, nos ofrece mucho ejemplos de que el lenguaje es mucho más caos que unidad por ser multívoco.
Además de que cada palabra tiene más de un sentido y cada quien interpreta lo que quiere, otro tope al entendimiento es que el lenguaje es incapaz de transmitir clara y completamente aquello que queremos expresar, es decir, está incompleto y es inadecuado. Una parte de nosotros siempre permanece en las sombras (lo inconsciente) y aquellas sensaciones o ideas “claras” no pueden traducirse cabalmente en palabras o expresiones. El resultado es frustración por la doble barrera: falta de palabras para “sacar” lo que sucede en uno y palabras multívocas que varían al momento en que otro las escucha y es imposible que comprenda que nos ocurre.
“¿A qué se refiere con eso?” Palabras en un psicoanálisis
Las barreras y deficiencias del lenguaje son infranqueables, es decir, no existe forma de eliminarlas. En una sesión de psicoanálisis, lejos de ser un estorbo o impedimento para analizar, los huecos que se producen al hablar son el punto mismo de partida, esto es la falta de recursos del lenguaje es lo que permite que exista un psicoanálisis: abre la posibilidad a hacer resignificaciones y movimientos.
A diferencia de una conversación con otras personas, o incluso de una sesión de psicoterapia, el énfasis no está puesto en las palabras del psicoanalista, sino del paciente. No se trata de que el analista indique cuál es la agenda de asuntos a tratar en cada sesión, o que dé preferencia a elementos determinados de antemano por la teoría. Por el contrario, los temas a tratar y el peso de cada uno, lo determina cada paciente según su propia historia.
Dado que la palabra privilegiada es la del paciente, el analista debe “no entender” lo que se dice en un análisis. Esto implica que el significado de ciertas expresiones o palabras debe preguntársele directamente al paciente, y nunca suponerse o pretender entenderse. Lo anterior lleva a que constantemente se pregunte “¿a qué se refiere con eso?”, sobretodo al inicio, no solo para que el analista entre en la ruta de ideas del paciente, sino que el propio paciente se force a cuestionar qué sucede con él mismo. Esto permite “movilizar” nuestra psique y poder resignificar.
Pensemos, por ejemplo, en un paciente que constantemente dice “madre”. A primera vista, y siguiendo sola la teoría, podríamos pensar que se refiere al cuidador primario de ese paciente. Al momento de pedir que elabore más sobre “madre”, es decir, que entre en juego la asociación libre, se descubre que “madre” no solo hace referencia a cuidador primario, sino que también le remite a algo gigantesco, imponente e incluso inquietante. Con esta nueva asociación, se puede tener acceso a otros elementos de lo que significa el cuidador primario para este paciente hipotético.
El paciente es quien define el camino de ideas y sensaciones a seguir en cada sesión, y quien dota de uno u otro significado a cada serie de palabras, o también a series de silencios. Así pues, comúnmente se dice que es el “analizante”, dado que es quien realiza activamente el análisis de su propio lenguaje, facilitado por las interpretaciones e intervenciones del analista.
La preferencia por la palabra del analizante por sobre la del analista, crea un espacio diferente a otros de la vida cotidiana. Podemos decir que se reduce una de las “interferencias” del lenguaje, quedando solo las del propio analizante reflejadas a manera de espejo en el analista, y ello permite hacer resignificaciones psíquicas.
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