Iniciamos 2022 y la pandemia de COVID-19, en sus múltiples variantes, permanece presente a nivel mundial, con cifras en incremento, diferentes en cada país de acuerdo al manejo que se hace de las pruebas e información pública.
En México algunas personas parecen vivirlo como un elemento cotidiano “ya nos acostumbramos”, otras optan por desmentir el daño o consecuencias, incluso su existencia misma, algunas retoman actividades con precauciones, cuidado personal y restricción de la vida social; y unas más continúan casi en total aislamiento, temerosas.
¿Cómo y por qué afecta la salud psíquica el COVID-19?
Si pudiésemos clasificar las afectaciones, habría que decir que en primera instancia se encuentran las consecuencias inmediatas de la pandemia, en dos importantes aspectos de la vida el de la salud y el de la economía:
La salud física de las personas, la enfermedad y sus secuelas, el pronóstico de superación de las mismas;
La muerte de personas amadas aunado al dolor de no poder acompañarles en vida y la restricción y problemas que se presentan para los funerales.
La vida económica, la fragilidad en el empleo, la reducción de horas de trabajo,
El trabajo desde casa en donde se borra el límite entre lo laboral y lo personal generando un desgaste físico adicional;
El desempleo y un panorama incierto para la obtención de un nuevo empleo;
Cierre temporal o definitivo de empresas y negocios
El cierre temporal de escuelas, empresas de servicio, centros de esparcimiento y recreativos, industrias del turismo y del entretenimiento;
Las restricciones del gasto público y servicios de salud para la población
En segunda instancia, y de manera adicional a lo anterior, se encuentran las afectaciones directas en la salud mental y emocional, derivadas de los cambios en la vida cotidiana necesarios para enfrentar la pandemia:
La restricción a la convivencia social;
El confinamiento y con éste, el sentimiento de pérdida de libertad;
El trabajo desde casa que también desde lo familiar entremezcla los espacios y problemas;
La soledad, paradójicamente aunada a la falta de privacidad; el miedo, la incertidumbre.
La frustración transformada en ira, acumulada que deriva en situaciones de agresión o hasta de violencia entre los miembros del hogar.
Independientemente de la posición que asuma cada persona, la afectación anímica es universal, todos lo experimentamos de una u otra manera porque, en realidad, lo que enfrentamos es una situación caótica que rompe con todas las certezas, costumbres, rutinas y formas de vida y nos arroja a un estado de indefensión, vulnerabilidad, impotencia e incertidumbre. La pandemia nos enfrenta a la pérdida de lo cotidiano, de lo amado, o los amados.
En su obra El Malestar en la Cultura, Freud explica cómo a partir de la fragilidad de las personas en lo individual, nacen los diversos grupos sociales: la familia, la comunidad y la vida en sociedad misma, que sienta las condiciones para la resolución de problemas de manera conjunta y el desarrollo tanto individual como social de todos en conjunto y de cada persona en lo individual.
Desde temprana edad la persona se encuentra inmersa en la cultura, las costumbres, tradiciones y enseñanzas que sostienen su desarrollo personal. De igual manera, individualmente se asume una postura y se elige un camino propio que da espacio a la emergencia y manifestación de la subjetividad de cada persona, pero ¿qué pasa cuando la manera normal de vivir se ve amenazada y no se entiende bien cómo vivir de otra forma, cómo enfrentar una nueva situación y cuál será ésta?
Más allá de las posturas ideológicas, políticas o económicas de cada persona, la pandemia tiene un impacto importante en la vida anímica de todos los seres humanos porque cimbra los cimientos mismos de la vida cotidiana y abre cuestionamientos profundos en ella.
El primero y más importante de estos es, como decíamos, el enfrentar las pérdidas, la vulnerabilidad propia y la sensación de duda e impotencia aparejada.
Cada sujeto vive de manera distinta el enfrentamiento a su propia fragilidad y la de sus seres queridos, cada persona es responsable de la forma en como lo asume y lo que decide hacer con ello.
La presente reflexión no pretende dar una respuesta sino abrir la pregunta sobre la forma en cómo vivo la nueva situación de vida y que tanto asumo la responsabilidad de mí, así como de las decisiones que tomo, tanto frente a mi propia persona como en relación a las personas más cercanas a mí igualmente qué tanto le doy espacio a los demás, abriéndome a escuchar y entender sus perspectivas.
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